Otra excelente crítica del libro me llegó del catedrático de literatura por la Universidad de Murcia, Javier Díez de Revenga. La siguiente crítica literaria la publicó en el periódico «La Opinión», que reproduzco a continuación. ¡Muchísimas gracias!
La casualidad, y las coincidencias de la vida, han permitido que llegue a mis manos un libro excepcional: “Diálogos con Áxel. Cuando seamos inmortales”, escrito por un joven menorquín, José Antonio Fortuny, y publicado muy recientemente por la Ediciones de la Tempestad en Barcelona. Se trata de un largo escrito confesional (de casi quinientas páginas) en el que su joven autor, aquejado por una incurable enfermedad de parálisis progresiva, cuenta detenida y apasionadamente su experiencia vital cotidiana, su largo proceso de aceptación de una situación que va convirtiéndolo en héroe de su propia obra.
Forjada literariamente la ficción como un diálogo con un personaje amigo, Áxel, que figura en el título, y que no es sino un desdoblamiento de su propio yo, asistimos desde la perspectiva del autor a una lucha constante por sobrevivir, pero al mismo tiempo compartimos una forma de entender el mundo, que, no exenta de ironía y de serena sátira comprensiva y humana, nos permite reencontrar la dignidad de ser humano.
No es un libro moral, no es amargo ni dramático, no es un libro que busque la compasión del lector, ni tan siquiera llega ser un libro de queja por una situación especial, progresivamente degradante; es, sin embargo un canto apasionado a la vida y al vivir diario, un himno de supervivencia por encima de la adversidad, construido sobre multitud de vivencias, anécdotas, simpáticas reflexiones sobre lo cruel que puede llegar a ser el ser humano cuando no es capaz de comprender la calamidad.
A hacernos compartir este mundo con verdadero afecto, contribuye poderosamente la amenidad del relato, la brillantez estilística de un escritor variado, imaginativo y locuaz, exquisito en sus giros, brillante en sus juegos de palabras y en sus dobles sentidos, rápido en buscar soluciones desprovistas de dramatismo a los espacios más dolorosos y trágicos del relato, sin prejuicios ni complejos, que llama a las cosas por su nombre y denuncia la estupidez y la falta de comprensión de quienes a nuestro alrededor portan una mascara que el autor se encarga con diligencia de descubrir y delatar.
«Brillantez estilística de un escritor variado, imaginativo y locuaz, exquisito en sus giros, brillante en sus juegos de palabras y en sus dobles sentidos»
Y contribuye también a que el lector se sienta arrebatado por este larga narración el hecho de que nos descubra su intimidad hasta límites inesperados, revelados con el mismo sentido del humor a que nos tiene acostumbrados. Son espléndidas sus sentidas referencias a los amaneceres, su elogio del mar y la necesidad de sentirlo cada día, sus revelaciones sobre sexualidad, sexo y sexos. Y sorprendente por lo que tiene de esfuerzo humano el relato de su etapa como entrenador de baloncesto, cuando la enfermedad ya no le permitía moverse. Incontenibles páginas en las que la sinceridad atrapa al lector y lo convence de que está ante un libro especial.
«Son espléndidas sus sentidas referencias a los amaneceres, su elogio del mar y la necesidad de sentirlo cada día, sus revelaciones sobre sexualidad, sexo y sexos»
Se ha encargado de prologar esta edición José María Mendiluce, quien advierte al lector, no sin entusiasmo declarado, la excelsa calidad literaria del joven escritor, pero sobre todo su alta dignidad como ser humano. Y es muy cierto que, al terminar la lectura del prodigioso volumen, el lector necesariamente se siente enaltecido al haber estado en contacto con un alma tan limpia, tan noble y tan digna, que, sin ser la de un santo (porque muchas veces se protege tras una inocente maldad) ejemplifica y edifica con su actitud, pero sobre todo enriquece con la calidad de un estilo literario ameno, sincero, auténtico, verdadero: como si de un largo poema se tratase. “Es un canto a la dignidad y a la vida”, escribe Mendiluce.
«Un estilo literario ameno, sincero, auténtico, verdadero: como si de un largo poema se tratase»
Y como canto a la vida se convierte en lectura indeleble, en larga travesía dolorosa pero placentera, porque en cada página hay siempre fuerza de vida, y todo ello empuja al lector a seguir y seguir, y a valorar la vida y a comprender al prójimo. Y más no se puede pedir a quien durante seis años, sin apenas poder sostener el lápiz con el que escribe, nos ha transmitido la emoción de existir: en definitiva, la vida misma. «
Javier Díez de Revenga.